Por: George Chaya
Para melodijoadelita.com
Años atrás el ex primer ministro Giuliotti dijo acertadamente después de la marcha sobre Roma, que Mussolini le había enseñado que cuando se trata de una revolución, lo importante es la táctica y no el programa. Sus observaciones se hacen eco de las expresadas en otras ocasiones por los demócratas, quienes se han visto inevitablemente superados en su estrategia por los fascistas italianos de izquierda o de derecha.
Traigo este ejemplo porque no será posible entender los actuales peligros y la vulnerabilidad que acechan a la Argentina sin reconocer la existencia de la táctica del oficialismo que hizo pasar por el aro a la Cámara de Diputados y al Senado argentino con la firma del Acuerdo de Verdad y Justicia suscripto con la República Islámica de Irán y propiciado por la Cancillería argentina. Así, lo fundamental para la opinión pública Argentina actual es comprender el método totalitario, pues cuenta más que la ideología e infinitamente más que las tranquilizadoras declaraciones expuestas por el canciller Timerman y publicadas cada tanto por los simpatizantes de los terroristas que atacaron Buenos Aires.
Lo concreto es que más allá del nuevo accionar del oficialismo en su avance sobre las instituciones republicanas con el proyecto de ‘democratización de la justicia’, poco o nada se habla de la firma de ese acuerdo con Irán. Los medios lo han desinstalado de los titulares de prensa y es poco lo que se sabe de él.
Lo cierto es que el mismo gobierno que intenta imponer su justicia independiente, con lo que aniquilaría la República y la lógica y saludable división de poderes, hace menos de tres meses ha permitido a la maquinaria ideológica más extrema y totalitaria del planeta desembarcar en Argentina, y lo grave es que la sociedad lo asumió con normalidad. El tema pareciera estar olvidando en el ámbito local, pero ha sido un hecho político que a mediano plazo, será tal vez el más negativo de la historia para la diplomacia argentina. Contrarrestar ese tremendo error estratégico no será tarea sencilla: Argentina pagará un alto costo político en la comunidad internacional. Por ello es importante comenzar definiendo correctamente la naturaleza del ‘yihadismo’ con el que se asoció el kirchnerismo. Éste y no otro es el significado preciso de esta ideología que nada tiene que ver con el concepto o la definición de yihad desde el punto de vista religioso y moral que menciona el Corán.
El yihadismo es un término técnico, se lo puede definir como “un intento sistemático llevado a cabo por un grupo fundamentalista organizado para confrontar a una sociedad determinada que se manifiesta de variadas y de numerosas formas, desde la legítima protesta o la disidencia sin excluir la influencia que ejerce sobre los grupos de estudios en materia del Oriente Medio que utilizan técnicas muy conocidas para difundir sus ideas a través de los medios de prensa y universidades. Existe una diferencia subyacente fundamental entre la idiosincrasia argentina y un régimen yihadista: el último no reconoce límites para su acción política, la cual está determinada no sólo a modificar una forma de vida de una sociedad, sino a destruirla y reemplazarla por un nuevo modelo donde impere la sharia.
Debido a su concepción totalitaria de la política, el integrismo utiliza todas las armas a su alcance -sin excepción- con el fin de lograr sus objetivos. Puede resultarle oportuno desde el punto de vista táctico actuar dentro de las instituciones democráticas y evitar transgredir la ley incluso por un determinado tiempo, y así lo hace, pero el yihadista se opone tanto a la ley, a la que menosprecia como elemento propio del kuffar (infiel) como a la Constitución del país que se convierte en su blanco y a la que considera un elemento de democracia burguesa occidental -tanto igual que un marxista a pesar de sus diferencias ideológicas y confesionales- y estará dispuesto a anular los acuerdos firmados cuando considere que ha llegado el momento propicio.
Es fundamental comprender estas diferencias pues el integrismo actúa bajo la máscara de la confusión semántica. Del mismo modo, los mullah’s iraníes financian a sus adherentes, quienes encabezan con frecuencia organizaciones en defensa de los derechos humanos buscando ‘mayor democratización’ en las sociedades donde están presentes, así disponen del apoyo de sectores progresistas locales a los que utilizan de manera funcional y temporal. En realidad, la frecuente apelación a la defensa de los derechos humanos y a formas indefinidas de ‘democracia’ por parte del integrismo es un caso de hipocresía en su clásica acepción y configura el mayor homenaje que el vicio rinde a la virtud.
El lenguaje de conciencia social y hermandad reemplaza al lenguaje que se utiliza donde el yihadismo no necesita de mascaradas. Así, les resulta muy fácil captar a muchos responsables de medios de prensa, a dirigentes políticos, intelectuales y educadores.
Para comprender como actúa la yihad militante en áreas sensibles como escuelas y universidades se debe entender un segundo concepto: ‘el de la mediación de la propaganda’. De la misma manera y a través de la propaganda, la ideología yihadista encuentra caja de resonancia en las personas bien intencionadas que son seducidas por la retórica de la hermandad, otros son proclives a la captación desde las inevitables injusticias del capitalismo y no faltan aquellos que lo son desde el antisionismo que encubre un sentimiento neojudeófobo. El síndrome de abajo EEUU e Israel, con o sin razón, caracteriza la opinión progresista contemporánea latinoamericana y hace el juego a las tácticas de penetración integristas.
El ejemplo mejor acabado de su camino al éxito ha sido la victoria obtenida sobre el gobierno argentino con el mentado "Acuerdo de Verdad y Justicia" en la investigación del ataque terrorista ejecutado sobre la mutual judía de Buenos Aires. En dirección a ese acuerdo, Argentina debería retornar a la cordura neutralizándolo por su flagrante inconstitucionalidad, contrario sensu, los muertos y sus familiares, no obtendrán ‘ni verdad ni justicia’.
Lo cierto es que el oficialismo argentino, lejos de su discurso de unidad latinoamericana, pareciera trabajar en detrimento de su propia ciudadanía retrotrayendo al país a sus peores años. Es por eso que hoy Argentina se debate cada vez más al sur de Bolivia, cada vez más alejada de los países libres y modernos. La izquierda dogmática no ha evolucionado, continua teniendo problemas con el orden público y las instituciones, quizás -la verdad sea dicha- porque muchos de sus hijos corrieron delante de los dineros y prebendas padeciendo “un colapso de orden moral ciertamente original y materialista” una vez que la democracia fue restablecida en 1983, cuando tocaron pelo, les dio un ataque de antisentido común, percibieron la realidad desde un punto de vista diferente y hasta se enamoraron de la violencia que achacaban a sus fuerzas armadas a quienes demonizaron hasta la humillación y la venganza sin tamizar responsabilidades concretas, alejándose así de la justicia en el verdadero sentido. Este tipo de progresismo, clásicamente híbrido, hipócritamente humanista y vacío de sentido e ideas verdaderamente innovadoras no es ajeno a cierta responsabilidad dirigencial que ha perdido cualquier parámetro de moral, ética, dignidad y autoestima, dispuesta a cualquier cosa antes de perder espacio, hasta el punto de cargarse el Poder Judicial para cubrir sus fechorías e irregularidades.
No son pocos los ciudadanos argentinos que se preguntan ¿cómo llegamos a esto?
Lo cierto es que la Argentina actual está sometida al designio de bellacos y manipuladores de los sectores más necesitados. Comerciantes de la pobreza escudados en pseudoorganizaciones de derechos humanos generalmente cojas, de discursos sesgados y amnesia crónica, cuyo estandarte es la violencia hacia cualquiera que piense diferente. Tal y como se ha visto días pasados en los incidentes en el Hospital psiquiátrico Borda.
Indudablemente esa izquierda forajida y poco afecta al trabajo serio “es la consecuencia inevitable del fracaso en las expectativas creadas desde el regreso de la democracia Argentina”. Esos grupos autoritarios, autodenominados democráticos y populares, en realidad no son más que despreciables gamberros, inútiles socialmente -quizá por los siglos de los siglos-, pero son, es conviene apuntarlo, el producto mejor acabado del neosocialismo emergente de la influencia chavista bolivariana que lo sustenta con dineros expoliados al pueblo venezolano.
Si el propósito del gobierno argentino, desde que llegó al poder, es la ampliación de los derechos civiles como si Argentina fuera la América de Martin Luther King, no es raro que la demanda sea salvaje, ni tampoco que un portavoz -no oficial- del régimen iraní haya sido funcionario de gobierno. Más bien es natural. Cuando los gobernantes ‘sólo hablan de derechos y gratuidades’ sin citar jamás los deberes, las obligaciones y otras cuestiones un poco más incómodas como trabajo, estudio y esfuerzo, es lógico que aquéllos se exijan sin razón, sin orden ni concierto y que los reventadores, violentos y antisemitas campen a sus anchas e incluso impongan la agenda y las políticas del país.
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