La adopción de una política criminológica integral, consensuada, sostenible y permanente ha sido una de las mayores carencias de los gobiernos de turno.
Se ha visualizado la represión como el artista fundamental contra la criminalidad sin tomar en cuenta uno de sus más sólidos pilares; la prevención no solo en el plano penal, sino de la propia víctima. No hay duda que uno de los generadores de violencia en el país se origina en la droga; 38% de los homicidios se relacionan con el crimen organizado. Además de las estelas que dejan el tráfico, posesión, narcomenudeo y consumo. Al adicto, por tanto, solo por poseer droga se le considera un infractor de la ley. Un enfoque contrario a la tendencia mundial que gira a considerarlo un enfermo, antes que un delincuente.
Según las estadísticas de Conapred, el 10% de los delitos relacionados con droga es por consumo.
En Colombia el 50% de la droga que se exportaba al norte ahora se vende en el país. En México se queda otro alto porcentaje antes de cruzar la frontera. Este nuevo fenómeno de consumo interno ha motivado a las autoridades a replantear su estrategia antidrogas, entre ellos el narcomenudeo, la prevención, los problemas sociales y de criminalidad que acarrea el consumo.
Una forma de conocer el éxito de la materialización de los pagos en droga que hacen los carteles a las pandillas es lograr identificar qué porción del mercado local es consumidor o adicto.
Pareciera haber dos enfoques contradictorios que inciden en la estrategia de la lucha antinarco. Por un lado el adicto acude a sitios oscuros para comprar droga, se la vende un proveedor que busca capitalizar la mercancía a través del narcomenudeo, último eslabón en la cadena del tráfico y venta de droga. Y por el otro las autoridades enfocan sus esfuerzos en la incautación de droga que cruza sus mares o territorios. En Panamá se percibe una argolla rota en la cadena que deja por fuera a la última punta; el consumidor. Las autoridades viven más preocupadas de las incautaciones y de lo que cruza hacia el norte, que de las toneladas que se quedan en el patio carcomiendo la sociedad.
El presupuesto y personal asignado a los centros de tratamiento no son suficientes, tampoco la atención a familias y prevención de crimen en zonas rojas.
La única manera de lograr una profilaxis efectiva es a través de una inmersión es en las profundidades sociales donde el problema arranca en la familia, dice el criminólogo Severino Mejía. La gran mayoría son disfuncionales en las que el proyecto de familia se identifica en las pandillas que brindan un sentido de pertenencia a los jóvenes.
El consumidor no es un delincuente per se, es un enfermo. ‘Lo que hay que perseguir es el que propicia que ese adicto disponga en las calles de las drogas, que por su condición de adicto la necesita y que hace que el individuo delinca’, acotó Mejía. Por droga el individuo roba, mata, etc.
En enero debió instalarse un tribunal especial como una medida alterna a solución de conflictos delitos cuyas penas no exceden los tres años. El consumo de drogas deberá entrar en esta esfera.
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