¿Cómo se consuela a una mujer que esperó 12 años para poder embarazarse y solo pudo abrazar a sus bebés unos instantes?
Yariela Lucero tiene un año buscando una respuesta. Ni el trunco instinto materno le ayuda a entender qué pasó aquel 11 de junio de 2013, cuando vio nacer a sus gemelos, a quienes esperó por 12 años, y apenas pudo cargar a uno de ellos unos minutos cuando estaba a punto de morir.
Cuando entró al salón de operaciones donde le practicaron una cesárea, pudo escuchar su único y primer llanto.
Los médicos registraron el peso de ambos y después de los exámenes de rigor los trasladaron a la Sala de Neonatología de la Caja de Seguro Social .
Al día siguiente había muy poco que hacer por ellos. Ambos murieron, el primero vivió un día, y el segundo, 24 horas más.
‘¿Por qué a mis bebés?’, se pregunta la mujer. ‘¿Por qué justamente al momento que me tocaba a mí y a mi compañero? ¿Por qué justamente en este mes?’.
La verdad es que Yariela no sabe aún si existe una explicación, ni entiende por qué ha tenido que pasar por tantos sufrimientos.
UN ANHELO CRISTALIZADO
Yariela ni se percató de que estaba embarazada. Su vida transcurría de manera común y corriente; no le dieron mareos, náuseas o vómitos mientras recorría los pedregosos caminos para llegar al Darién, donde trabaja como educadora en un kínder con niños de cuatro años. Yariela había logrado lo que era casi imposible para ella, embarazarse.
-‘ Wow , eso fue una alegría muy grande... después de 12 largos años, quedar embarazada’ . Yariela revive la sensación con un brillo especial en sus ojos llorosos. Enseguida baja la mirada y le trastorna el recuerdo.
Era un martes 10 de junio cuando Yariela sintió los dolores que le indicaban que sus hijos estaban listos para venir al mundo. Al nacer, a pesar de que cada uno pesó cuatro libras, tenían buen color, y mientras permanecieron en la incubadora se mantuvieron con un respirador. Recibían alimentación parenteral por la boca, como es normal en los pequeños de bajo peso o prematuros. Fuera de eso, los médicos no le reportaron ninguna complicación.
Antes, Yariela se había cerciorado de que fuera así; se practicó varios ultrasonidos que le confirmaron, a través de las ondas que dibujaban la imagen, que los bebés que tanto había esperado venían sanos. Uno se lo hizo dos semanas antes de la fecha en que dio a luz, y el último mientras estaba en labor, que sirvió para que los doctores ubicaran la posición en que venían sus bebés justo antes del parto. Todo estaba en orden.
LO INDIGERIBLE
Al día siguiente del nacimiento, inesperadamente, uno de ellos murió. No había explicación médica que justificara el hecho. Al segundo se lo dieron casi muerto para que lo cargara por primera, y última vez, un día después de haber perdido al anterior. Murió a las 5:50 de la tarde del día 13 de junio.
‘Él había convulsionado a medio día y no me dijeron nada’, la madre se refiere al bebito que vivió más tiempo. ‘La sabanita de la incubadora tenía una gasa con sangre y yo les pregunté (al personal de la Sala) por qué estaba manchada, pero ellos no me respondían, jamás me explicaron por qué él estaba tan delicado’, asegura desconsolada.
Cuando le dieron al bebé para cargarlo, ya sus ojitos parecían inmóviles, no cerraban ni abrían, las manos no tenían fuerza, el pulso casi ni se le sentía. A los diez minutos de cargarlo, prácticamente falleció en sus brazos.
Otros siete bebitos sucumbieron en el mismo sitio y por la misma causa, según el dictamen del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses: intoxicación aguda por alcohol bencílico.
Este diagnóstico es lo único innegable que han aceptado las autoridades, tanto de la Caja de Seguro Social como de la Fiscalía Décima, encargada de la investigación por homicidio culposo.
Todos los bebés intoxicados recibían nutrición parenteral, y los 15 recién nacidos de la sala sufrieron las consecuencias. Solo tres sobrevivieron, con secuelas, dos de ellos para toda la vida.
Lo que las autoridades ignoran o no han querido contar aún es cómo sucedió todo.
CAOS EN NEONATOLOGÍA
Lo que sigue siendo un misterio para todos los afectados es en qué proceso de la cadena de preparación se inyectó, en la bolsa que contiene la nutrición de los nacidos, una dosis de heparina con alcohol bencílico que causó complicaciones a los bebés. Entre ellas, hemorragias y síndrome de Gasping o jadeo.
En los años ochenta, la Federal and Drug Administration (FDA, por sus siglas en inglés) había advertido que el uso de alcohol bencílico en el neonato está asociado a una elevada morbilidad y mortalidad. Sin embargo, en la CSS la alerta no tuvo eco. En la sala de recién nacidos no había otro medicamento sustituto, a pesar de la prevención internacional.
El 11 de junio, cuando el doctor Iván Sierra, jefe de Servicios de Neonatología, dejó el turno, no había pacientes graves que pudieran fallecer, excepto dos.
Pero al día siguiente, el personal de enfermería le puso al tanto de que se habían utilizado todos los ventiladores de la sala. Sus funciones en parto y operaciones no le dieron espacio para investigar inmediatamente los hechos.
Fue en el transcurso de la mañana cuando las enfermeras le informaron que de repente casi la mitad de los pacientes empezaron a requerir ventilador. Algo inusual sucedía. Acto seguido, a los pacientes se les quitó la nutrición parenteral, el único denominador común que prevalecía entre los desmejorados.
Las medidas de rutina no daban las respuestas esperadas, en este caso algo hacía que fuera diferente. Prueba de ello fue la cantidad de transfusiones que requerían los bebitos, que coparon el banco de sangre central. Los pacientes fallecían.
LA TORTURA DE LOS DÍAS 10
Yariela quisiera desaparecer del calendario el décimo día de cada mes.
Nada le calma el llanto. Si mañana la fiscal decide meter preso a alguien no le haría diferencia. De todas maneras, nadie le devolverá a sus bebés.
Ella trata de pasar los días imponiendo su carácter jovial y alegre, pero qué va, a veces no puede engañarse a sí misma. ‘Por lo menos el 10 de mayo hice mi trabajo, regresé a mi casa, pero a las dos de la tarde ya no aguanté, tuve que desahogarme’, comenta conteniendo el llanto.
‘Recordar. Recordar como si fuera ayer. Recordar todos los días lo que pasó’, responde cuando le pregunto cómo ha superado el duelo.
Hay imágenes que la mente no olvida, y menos el corazón. Es como si el cerebro estuviera situado en el corazón, como antiguamente lo creían los griegos. La escena que Yariela no alcanza a diferenciar entre ambos órganos es cuando escuchó llorar a sus gemelos al momento de nacer. Y la otra, cuando la llamaron a la cinco de la mañana y le dijeron que uno de sus hijos había fallecido. ¿Por qué razón? No se sabe. Solo le decían ‘no podemos decir nada’, narra como resignada.
UN TRAUMA SIN ADIÓS
Cuando salió del hospital, Yariela tenía en la mano dos actas de defunción en las que se detallaban las causas de muerte de sus bebés.
Con términos médicos forenses, los papeles forman parte de los 33 tomos que examina la Fiscalía Décima, investigación a cargo de la fiscal Vielka Byrnes, quien, después de un año, todavía no logra decodificar lo que pareciera un acertijo. Algunos interpretan que pudiera ser así para encubrir a alguien, o una actuación con extrema precaución para no equivocarse.
En las primeras fotografías que ofreció a la prensa la recién estrenada madre que vivía su peor luto, aparecía doblando la ropa de sus bebés en un contenedor plástico donde también resguardaba el papel que entregan en el hospital con las huellas digitales de cada uno de sus hijos.
‘Quedé en blanco después de eso, hacía todo en automático, trataba de no pensar más’, dice como evitando el tema.
Aunque Yariela nunca utilizó un método para evitar concebir, desconoce por qué le cuesta embarazarse. Afirma que otra de las razones por las que se demoró en tener hijos fue porque antes que nada quería ser una profesional. En casa siempre valoró el esfuerzo de su padre. Proviene de una familia de ocho hermanos y desde joven quiso ser docente. Se tomó en serio el sacrificio económico que dedicó su padre al pago de sus estudios en la Regional de La Chorrera, una extensión de la Universidad de Panamá.
Yariela no tiene mucha fe en el trabajo que puedan hacer las autoridades. Tampoco culpa a la persona que preparó la nutrición, pero reconoce que le tranquilizaría saber la verdad sobre lo que ocurrió. ‘Solo la justicia divina se encarga de cada conciencia. Yo sé que no debieron utilizar el medicamento, ese veneno, porque había una alerta a nivel mundial que Panamá no acató. Hoy no hay nadie destituido, nadie preso’, indicó.
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