A pesar de que la ley migratoria concede permiso a extranjeros para laborar en clubes nocturnos y no para comercializar sexo, es la actividad que cuenta con mejores controles a nivel nacional en materia migratoria, laboral y sanitaria. La norma es incongruente
En junio de 2008, un informe del Departamento de Estado de Estados Unidos señaló a Panamá como punto para el tráfico de mujeres y niños con propósitos de explotación sexual. La razón principal en la que los norteamericanos basaron su argumento fue la calificación de “alternadora” entre las aplicaciones válidas para visas temporales de estadía y trabajo.
Esa clasificación legal era la llave para adquirir trabajo, visa y dinero en un solo trámite, amparado en la entonces normativa vigente.
Tras la reprimenda de Estados Unidos, las autoridades locales ejecutaron modificaciones cosméticas que entraron en vigencia con el Decreto Ejecutivo No. 320 de 8 de agosto 2008 que regula la emisión de visas para la contratación laboral en centros de espectáculos, el desempeño de las nuevas “artistas” ha seguido siendo el mismo.
El ával indispensable es un contrato con el local donde desempeñará su trabajo por un máximo de nueve meses, que puede renovarse tan solo con estar fuera del país durante 90 días.
Desde agosto de ese mismo año, las antes “alternadoras” entran al país como “bailarinas o personal de actividades de espectáculos”, según término elegido por la administración de Martín Torrijos.
A pesar de la hipócrita redacción, es la actividad comercial con mejores controles entre todas las que se practican en el territorio: migratorio, laboral y sanitario.
En el Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral (Mitradel), Magsandra Abrego, jefa de migración laboral, aclara que la entidad no otorga permisos “para que la persona se dedique a trabajos sexuales, sino [para ser] bailarina de espectáculos, mesera, etc”. Sin embargo, reconoce que lo último que hacen las chicas es servir tragos, pero como funcionaria no puede negar un permiso porque “implicaría contravenir la ley”. “Hay que hacer un trabajo más profundo, más comprometido para detectar las funciones que realizan las chicas”, añade con cierta frustración la funcionaria.
En el 2014, 270 mujeres solicitaron permiso al Mitradel para trabajar en los clubes. Hasta junio de 2015, se emitieron 152 permisos renovables, tres de ellos a hombres. Los solicitantes deben contar con un contrato firmado por las partes y detallar nombre, género y número de pasaporte.
En migración, las estadísticas muestran una disminución en la expedición de estas visas. En 2015 se tramitaron 34 solicitudes y 50 visas múltiples. La explicación es que muchas mujeres que contaban con este tipo de salvoconducto optaron por inscribirse en el programa Crisol de Razas en el que tramitaron estadía y permiso de trabajo por dos años.
Cuando la futura alternadora llega al país, el gobierno otorga 10 días para las aspirantes para someterse a un examen de salud que delata cualquier enfermedad de transmisión sexual. De inmediato, se ponen a ordenes del Ministerio de Salud en un régimen semanal.
LA FAENA
En pleno centro de la ciudad de Panamá, a la entrada del Casco Viejo, se ubica La Mayor, un negocio que abrió sus puertas hace 35 años. La estructura que se erigió en los vestigios de un mercado público, aloja 40 habitaciones.
Las doce chicas que conversan amenamente en el camerino saben que, antes de que termine la noche, se llevarán a la cama a parte de la clientela que acude al club para verlas bailar.
Las mujeres van generando hábitos que las inmuniza de la sordidez de su oficio. La mayoría, resignadas —dicen—, empinan los tragos para adormecer las emociones o, tal vez, para ayudarse a olvidar .
Estas chicas provienen de estratos humildes, migran para buscar una estabilidad económica y sacar a sus familias adelante. Muchas han sufragado la educación de parientes, adquirieron propiedades y pagaron deudas con el trabajo de sus cuerpos.
Mientras da inicio la lucha en aceite, el atractivo de todos los miércoles en La Mayor, su administrador, Víctor Saldaña, describe en un tono muy particular el negocio: “este trabajo lo vemos como un servicio social”.
LA NOVATADA
Son las 8 de la noche y un merengue se escucha a todo volumen en la discoteca de La Mayor. Saldaña nos escolta al camerino donde conversaremos con las colombianas y dominicanas que laboran en el club.
Inicialmente, las mujeres no se animan a hablar. De pronto, una dominicana rompe el hielo.
Su estatura sobresale del resto, su piel es color canela, su cabello es l argo y negro. Se dispara y dice: “Yo llegué acá sola hace 8 años”. Enseguida, invita a su compañera colombiana —recién estrenada en el trabajo— a que cuente su historia. Entra en confianza y relata que antes de entrar al club solicitó trabajo en varios lados. En el último, vivió una experiencia traumática con su ex jefe, quien casi la viola “por ser colombiana”.
Rubia de piernas largas y torneadas y facciones finas, apunta que llegó a Panamá hace tres meses.
-Dicen que las colombianas les quitamos el marido a las panameñas, pero ellas no saben todo lo que una tiene que pasar como extranjera, exclama con enojo.
La joven, que proviene de la costa, sabía a lo que venía cuando completó el formulario de trabajo. “Me aconsejaron prepararme para encontrar de todo”, recuerda.
El primer día se presentó con una blusa manga larga y jeans. Toda tapada, como resistiéndose a lo inevitable. A lo primero que se enfrentó fue al regaño de una compañera: “Mamita, amárrese esa blusa”, le dijeron. Hoy lo cuenta entre risas, pero después vuelve a ese fatídico día: “La primera vez fue horrible, no quería subir al cuarto. “¡Párate para que te vean!”, le reclamaban. Cuando por fin lo hizo, un cliente le preguntó: “¿Cuánto cobras por la cule...? Ella, indignada, volvió a su silla. Era su primera vez.
La colombiana tardó diez días en subir al cuarto a su primer cliente. Y la experiencia no fue buena: en plena faena, el hombre se quitó el preservativo. Ella bajó las escaleras envuelta en llanto y no salió de su casa en tres días.
EL FICHAJE
Poco a poco aprendió los trucos del trabajo: “Yo me emborracho, pero toco para asegurarme de que el condón está ahí. Era una vida en la que nunca había trabajado”, reconoce la rubia, que ronda los 22 años y tiene un hijo de cuatro .
El alcohol está presente todas las noches. Las bailarinas cobran un porcentaje por cada trago que les brinda el cliente, lo que les permite ganar y entretener al mismo tiempo. Por eso, también hay que aprender a beber.
Saldaña explica el método. Si una cerveza tiene un costo de $7, a la chica le corresponderán $2. Si se trata de una jarra, la mujer recibe la mitad del costo. A eso le conocen como “fichaje”. “Las chicas toman y lo botan en el baño después. Otras, se emborrachan casi todos los días”, cuenta Saldaña.
El administrador reconoció que, desde la gerencia, insisten en que “tienen que aguantar los tragos. Ellas hacen dinero con la ocupación con el cliente. Nosotros ofertamos bebidas suaves y fuertes, pero ellas van por lo que les da más plata”, sostiene .
“Uno no se acostumbra ni le gusta, pero le toca”, admite la colombiana. Añade que con sus ingresos mantiene a su hijo en un colegio privado. “Los ‘dolaritos’ ayudan a calmar la angustia, no compensa lo otro, pero sirven”, afirma. El resto asiente con la cabeza. Es la misma historia triste de todas.
Al mes, cada una puede embolsarse de $1,500 a $2,000. La mayor parte del dinero lo envían a su país.
En este centro nocturno, al igual que en los otros 19 que hay en el país, las mujeres se ocupan 15 minutos con cada cliente y cobran $20. De esta cantidad, ellas reciben $12 y la casa $8. Si por alguna razón el cliente pide una hora se le cobra $80, la relación es la misma.
De pronto, todas quieren hablar a la vez, pero sobresale la voz de la dominicana valiente: “Hay unos clientes con los que uno solo ‘se sienta’ y sales con buen dinerito. Lo malo es la ‘follada’ larga en la habitación, pero, bueno, hay que complacer al cliente que invirtió ”.
¿Qué no se le mira nunca al cliente?
—La cara, exclama una.
—Yo no me guío por quien me gusta y quien no, dice la segunda.
¿Qué es lo más difícil?
—Que te toque un patán, responde otra que habla por primera vez.
-Que quiera utilizar la fuerza y te toque llamar al seguridad. apunta la cuarta.
-Uno pone las reglas, asevera una quinta.
Víctor Saldaña, en una charla anterior, calculó, según sus propios datos como empresario, la cantidad de extranjeras, a nivel nacional, que prestan este tipo de servicios en los clubes panameños. Su estimado oscila entre las 3 mil y las 5 mil “bailarinas”, pero recalca que hay meses flojos, de diciembre a marzo, tiempo en que se les vence el permiso laboral y la visa a las chicas, vuelven a su país, y otras aumentan sus curvas con silicona.
Saladaña aprovecha para recalcar que hay muchas chicas que “están por la libre”, manejan su propia cartera de clientes y nadie las obliga a pasar por una clínica, no hay control, sentencia.
Entre este negocio y el proxenetismo parece haber una línea muy delgada. Lo admite. “Todos los dueños de clubes saben lo que tienen que hacer, pero algunos insisten en irse al lado oscuro y le quitan los pasaportes a las chicas”, declara Saldaña, que se ha empeñado en ofrecer “un buen trato” en su club y no considera que por obtener beneficios de la prostitución de otra persona se convierta en un proxeneta.
CONTROLES EFECTIVOS
A pesar de la cantidad de veces y la frecuencia de las relaciones sexuales a cambio de dinero, el porcentaje de enfermedades venéreas de las mujeres que trabajan en clubes nocturnos es casi nulo.
En ocho años, el doctor Moisés Giro solo ha detectado un caso positivo de VIH.
Cada miércoles, a partir de las 7 de la mañana, cien mujeres visitan su consultorio. Un 95% son colombianas, el resto nicaragüenses, dominicanas y, últimamente, venezolanas. Las edades rondan entre los 18 y 50 años. “Tienen buen cuerpo, pero se les nota la edad en la cara”, dijo el galeno.
En el centro de salud de Pueblo Nuevo, donde trabaja Giro, les practican un “frotis” al mes y un exámen de VIH cada trimestre. El médico afirma que “la paciente que atiende a diario, la casada, tiene más enfermedades, infecciones y flujo. La diferencia es el buen control que tienen las extranjeras. Usan preservativos, óvulos y están pendientes de la mínima cosa”, explica Giro.
Cuando a la alternadora se le detecta una tricomona o sífilis, se le retiene el carnet y deja de trabajar hasta que se le declare de alta. El doctor saca del cajón una pila de papeles que muestran los resultados de los análisis, todos negativos. Al rato, entra al consultorio el doctor Aparicio Acosta, quien se turna las inspecciones con Giro. “En cinco años, nunca he reportado una gonorrea. Alguna que otra sífilis, pero solo eso”. Los clubes, sostienen los especialistas, son un campo muy distinto al de las chicas que se ofrecen en la calle.
La consulta tiene un costo de $0.50, el papanicolau $1.50 y los cultivos $3. Cifras simbólicas para cubrir gastos. El consultorio está siempre lleno. Según dónde esté localizado el club, se asigna un centro de salud: San Felipe, Chorrillo, Río Abajo, Parque Lefevre y Ancón. Todo el país está cubierto.
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