El exhombre fuerte de Panamá empezó a escribir sus memorias en la cárcel La Santé de Paris, en Panamá dejó varias grabaciones
Manuel Antonio Noriega, el hombre del eterno hermetismo, romperá su silencio después de la tumba.
En Francia inició sus escritos en la prisión de la Santé de París, en el 2010 mientras cumplía su condena de siete años de cárcel en el país galo por lavado de dinero. Llegó de Miami, Florida, Estados Unidos, a la capital del amor con una caja de documentos y se aseguró de que en caso de la que la justicia francesa le impidiera conservarlos en su celda, los papeles estuvieran resguardados con el cónsul de Panamá en Francia, quien accedió a su petición. Finalmente el juez concedió su deseo al exdictador, quien también contaba con una computadora en la cárcel que le sirvió para escribir parte de estos textos en los cuales vertió parte de los secretos que deseaba dar a conocer.
Luego, cuando fue extraditado a Panamá, en diciembre de 2011 y trasladado a la cárcel El Ranacer, para cumplir otra condena por 20 años por varios casos de desapariciones. Mientras permaneció en su última etapa hizo varias grabaciones que estaban siendo transcritas para ser editadas en el extranjero por una editorial interesada en el tema. Su familia es parte de este proyecto cuyo contenido es un misterio. Como todo lo que rodeaba a Noriega, sus revelaciones futuras también llevan su impronta.
Las transcripciones se estaban trabajando, pero las complicaciones de salud que sufrió el exgeneral, y los trámites legales que se efectuaron para sustituir la medida cautelar de casa por cárcel, las dejaron en pausa. Sin embargo, una fuente cercana a la familia precisó que serán retomadas tan pronto lo permita la situación.
A Noriega escribía mucho, hablaba poco, y no con cualquiera.
EN LA CAPITAL DEL AMOR
Los últimos 28 años de su vida, desde 1989, los pasó en el encierro, pagando condenas por distintos delitos que cometió mientras estuvo al frente de las fuerzas armadas panameñas.
En la penúltima etapa, cuando aterrizó en la capital del amor, fue trasladado directamente del aeropuerto al juzgado, donde sus abogados pedirían al juez una medida de casa por cárcel.
“Cuando él llegó, y pasó al palacio de justicia francesa, fui a visitarlo y le serví de traductor. Los abogados le explicaban lo que tenía que decir en el juicio. Noriega estaba desorientado, venía de viajar toda la noche y la audiencia fue en la tarde”, rememora el entonces cónsul de Panamá en París, Aristides Gómez. Las indicaciones se centraban en hablar de su condición de salud, y en convencer al juez de que él no estaba en capacidad de escapar.
El exhombre fuerte estaba representado por uno de los mejores abogados del patio, Oliver Metzner, quien también fue abogado de Muammar Gaddafi, el revolucionario libio. ”Se especula que los gastos del juicio de Noriega corrieron por cuenta de Gaddafi”, dijo una fuente que vivió de cerca el proceso.
Noriega recibió la agria condena francesa que estuvo a punto de rebatir con uno de sus secretos. “Iba a develar la venta de un armamento por parte del gobierno francés a Argentina que posteriormente (1982) entró en un conflicto bélico con los ingleses, aliados de los primeros. Los abogados le sugierieron hacer que no lo hiciera, y que nuevamente guardara el secreto”, manifestó la fuente.
Mientras Noriega pagaba condena en París por un caso que él consideraba un montaje, entabló una especie de amistad con el diplomático que intentaba explicarle las complicaciones de su extradición a Panamá. El gobierno panameño envió tres peticiones de extradición, pero en vez de que ésto acelerara el proceso como se pensaba en el istmo, los trámites en Francia reiniciaban el recorrido.
“El compromiso era que le iban a dar casa por cárcel después de unos meses. Pero no fue así. Dicen que Martinelli lo visitaba en la cárcel en la noche”, indicó esta persona.
Nunca se cumplió el supuesto trato. Noriega permaneció en prisión desde el 2011 hasta unos días antes del 7 de marzo pasado cuando fue intervenido para extirparle un tumor benigno. Desde entonces, su estado de salud se complicó y falleció el 30 de mayo a los 83 años.
Si dejó un testamento, dice su abogado Ezra Ángel, fue meramente para cuestiones personales. Pero no quiso entrar en detalles. Da la impresión de que no hay grandes riquezas para repartir. Las bonanzas que obtuvo de la época en que controlaba el paso de droga por Panamá se esfumaron poco a poco.
NORIEGA Y LA DROGA
Fue un peón de los servicios de inteligencia norteamericanos. Un emplanillado de la CIA, pero ni siquiera ese vínculo le sirvió a la mayor potencia del mundo para removerlo del país. El negocio de la droga era monopolizado por Noriega y su gente. Avionetas cargadas con cocaína pagaban un derecho a pista para aterrizar en Panamá en su escala hacia el norte. Luego, volvían repletas de billetes que entraban al sistema bancario panameño. En la década de los 80s, eso no era un delito. Los bancos recibían la plata sin preguntas. El problema era contarla, las oficinas de algunos gerentes quedaban tapizadas de billetes. No existían las máquinas que hoy simplifican la tarea.
El hecho de que se conociera que Noriega estuviera envuelto en narcotráfico era un hecho vergonzoso para los gringos. Era claro que Estados Unidos apadrinó estas actividades por largos años. Noriega fue acusado por los norteamericanos de permitir al cartel de Medellín la construcción de una planta procesadora de cocaína en el istmo y de dar refugio a narcotraficantes.
“Desde que lo conozco fue hermético. Como una piedra. La única vez que lo noté más desenvuelto fue en el juicio de Miami cuando acusaba a George Bush padre por su situación. Quedó abrumado con la condena de 40 años”, describe el excoronel Roberto Díaz Herrera.
ANTES DE PARTIR
El periodista Rubén Murgas vio a Noriega, su amigo cercano, unos días antes de ser intervenido en el hospital. Lo invitó a una única cena formal en su casa a la que insistió que acudiera. Estaban en compañía de la familia y otro amigo muy cercano pero más joven.
No hubo un tema de conversación en especial. Noriega acababa de llegar a casa de su hija hacía pocos días gracias a una medida cautelar concedida. Se sentía optimista de que saldría bien de la cirugía. Se encomendó a Dios.
Noriega tuvo tres hijas mujeres con Felicidad Sieiro, su primera esposa, pero también se le conocen dos hijos más fuera del matrimonio.
ANTES DE ENTREGARSE
Enrique Jelensky era amigo del Nuncio Sebastian Laboa. Dormía en el cuarto de alado de Noriega mientras éste se refugiaba de los militares norteamericanos que habían invadido el país para despojarlo del poder en 1989. Dormía solo, pero el resto de los refugiados, 17, se apretaban en el comedor.
Jelensky cuenta que un 26 de diciembre se escuchó un ruido muy fuerte. Noriega nunca cerraba la puerta del cuarto. En la ventana de él, al otro lado, se podía ver a un gringo apostado en un estacionamiento contiguo con un arma apuntándolo las 24 horas. Era la forma de infundir terror psicológico.
El ruido estremeció a los inquilinos de la nunciatura. “Yo era un joven opositor de 24 años. Noriega me dijo con un gesto que me acercara, le expliqué que alado de la Nunciatura los gringos improvisaban un heliopuerto con aplanadoras, de ahí el estruendo”, describe.
El susto rompió el hielo entre Noriega y el joven civilista, lo que dio pie a que ambos conversaran. Una vez me dijo: “sólo somos moléculas. Él estaba muy acostumbrado a vivir temores”, rememora Jelensky.
En las noches ambos coincidían en el patio interior de la nunciatura, se reunían. Una de las conversaciones era sobre política. Noriega vaticinaba una tragedia para el país porque tras su derrota se combinarían dos ingredientes peligrosos: la política y el dinero, los negocios de los poderosos. Entre las personas que más admiraba estaba uno de sus más acérrimos adversarios, Ricardo Alberto Arias Calderón. “Esto por su integridad”, dice Jelensky.
“Noriega era muy inteligente. Lo supe por los temas y el lenguaje que usaba, además de la política exterior”, dice el testigo.
Su último año nuevo en libertad lo pasó dentro de la nunciatura, a solo unos días de entregarse a Estados Unidos. “Hubo una cena formal pero Noriega no compartía la alegría. Sirvieron vino. Era la primera vez que el nuncio se sentaba a compartir con su inquilino. Pero en vez de usar la copa para brindar, la uso para apagar una vela que adornaba la mesa”, recuerda Jelensky.
En un momento de encrucijada sabía guardar silencio a pesar de los reclamos de sus allegados militares que le preguntaban en son de reclamo cómo la CIA permitía que le ocurriera eso.
El nuncio temía que las masas irrumpieran en la nunciatura. Estaba a punto de desarrollarse una marcha y se decía que los gringos iban a quitar el cerco de seguridad a la nunciatura. Las conversaciones entre Noriega y el nuncio contemplaban con más fuerza la posibilidad de entregarse.
El 3 de enero todo se tornó tan tenso que Jelensky decidió abandonar la nunciatura. Esa noche Noriega se entregó. Habían muchas presiones: la de los civilistas, la tensión de que habían armas dentro de la nunciatura, y la advertencia de los gringos en contemplar un plan B, por si acaso los refugiados dentro de la nunciatura secuestraban al personal.
Jelensky cuadró dos códigos para el peor escenario. “Si nos secuestraban, había que bajar una banderita de Colombia que se veía desde afuera. Otra señal que reforzaba la primera era cerrar las cortinas del cuarto”. Todo esto se coordinaba con el militar norteamericano que estaba apostado afuera.
Frente a un hombre acorralado, Jelensky se dio cuenta de que el dictador que dominaba el país, también era un hombre amedrentado, con sus limitaciones. En aquél momento, se le hacía imposible concebir que la persona que odiaba era el hombre que veía, uno callado, que hacía la antesala de su encierro en un cuarto austero con una televisión y un libro de Isabel Allende, “La casa de los espíritus”. En esa misma habitación había dormido Guillermo Endara, uno de sus perseguidos, la cama aún no se había enfriado.
Jelensky era amigo del nuncio, y los 10 días que pasó en la nunciatura sirvió de traductor entre los americanos y el religioso.
LOS SECRETOS QUE SE LLEVÓ A LA TUMBA
Alberto Almanza, Presidente de la Comisión de la Verdad, se siente frustrado de no haber podido revelar la verdad sobre los desaparecidos durante la época de la dictadura militar.
“Noriega va a ser recordado por el código del silencio. Como uno de los líderes de los momentos más negros de la historia del país. Que los corazones de las madres de los desaparecidos lo culpan de los hechos, a veces aunque no esté incriminado, pero al negarse a hablar sobre los hechos, como seguramente conocía detalles por ser miembro del G2 grupo de inteligencia militar. Por eso más crece el sentimiento de que fue protagonista o encubrió los crímenes.
Almanza se lamenta, por ejemplo, de la información que se lleva el militar sobre la muerte de Hugo Spadafora.
Un cable desclasificado, enviado de la embajada de Panamá al Departamento de Estado en Washington . D.C. Estados Unidos, fechado en septiembre de 1978 revela la conexión entre los sandinistas y Spadafora. Más tarde, en 1985, un papel similar, describe un informe secreto que detallaba las condiciones del cuerpo decapitado que había sido hallado con numerosas laceraciones en la espalada, cuello, el hombro y el tórax. Quien redacta el cable cree que las fuerzas de defensa estaban detrás del asesinato del también exministro de salud. La cabeza de Spadafora nunca fue hallada, tampoco el autor material de este crimen.
En la provincia de Chiriquí, aún hay 37 desaparecidos.
Entre ellos, Almanza recuerda a un muchacho de 17 años, Alonso Sabín Castillo (detenido en 1968 y desaparecido).
En este caso, dice, Noriega sabía lo que le ocurrió al joven porque era el encargado del cuartel de David. Sus padres, todos los días le llevaban comida al cuartel, pero de repente les dijeron que lo habían liberado y nunca más apareció. Por dos años, los padres (hoy fallecidos) acudieron al cuartel para verlo, pero nunca les permitieron acceso. El régimen no daba posibilidad de apelar al derecho. Los padres buscaron sus huesos hasta el último día que vivieron.
Otro dirigente de la Democracia Cristiana, Candelario Torres Sánchez, que hacía proselitismo en tierras altas de Coclé también fue desaparecido. Una patrulla de los militares lo hirieron y golpearon. Sus restos si aparecieron. “Pero siempre se manejó la idea de que Noriega tuvo responsabilidad en este crimen porque era jefe del G2”, dijo Almanza.
Almanza reflexiona y recuerda su papel cuando buscó osamentas por todo el país en forma infructuosa. “Uno aspira a que por lo menos, como una manera de indemnizar o de hacer justicia, es devolver a los familiares la verdad. Decirles cómo murieron y dónde estan los cuerpos de sus familiares. El silencio de los militares lo impidió, no es que inculpo a Noriega, pero él sí sabía y se lo llevó a la tumba. No solo les quitaron a sus familiares, sino que se les privó de conocer cómo desaparecieron y quienes los mataron”.
No hay comentarios
Publicar un comentario