El científico panameño, que no claudica en la búsqueda de la vacuna contra el VIH, está convencido de que Dios lo ha puesto en lugares estratégicos. Reconoce que su esfuerzo y las ganas de salir adelante es lo que le dan mérito a su afamada carrera
¿Cómo se salta de la pobreza a ser un médico reconocido en Houston, Texas, Estados Unidos, afamado por su dedicación en la búsqueda de la vacuna contra el virus de la inmunodeficiencia humana? ¿Qué diferenciador bendijo a un muchacho criado entre cuatro calles donde muchos de sus vecinos ni siquiera culminaron los estudios? Adán Ríos es el hombre que ha expuesto nuestra medicina, un ejemplo palpable de saber sacar partido a las oportunidades de la vida y así cultivar la experiencia. Hay en él la humildad y la sabiduría de aquellos que saben superar los obstáculos y las precariedades para triunfar y aportar.
¿Cómo fue su vida en El Chorrillo?
Siempre recurro a los poetas (busca en su celular el nombre del poeta Vinicius de Moraes). Hace muchos años mi papá nos compraba la revista Life y allí había un famoso fotógrafo afroamericano de nombre Gordon Parks, él hizo una de las primeras visitas de una revista importante del mundo a una favela en Brasil. Compartió con sus vecinos, y vio que la pobreza es igual en todo el mundo. Él experimenta eso al tiempo que surge en Brasil un renacimiento cultural y una manifestación de identidad importante. (Vinicius de) Moraes pone a Brasil en los ojos del mundo. Un día le preguntaron cómo veía el sentido de las favelas y qué podía haber de positivo en una vida como esa. Y Vinicius le dijo a Gordon Parks: 'yo tuve una infancia pobre pero feliz'. Eso es lo que yo tuve en El Chorrillo. Viví allí 25 años en los cuales pude ver la vida en la forma más directa, pero al mismo tiempo apreciarla plenamente.
Ese Chorrillo ha cambiado bastante...
El mundo ha cambiado, todos hemos cambiado. Uno de los pensadores que tuvo una experiencia existencial profunda fue Carl Jung, y decía que las transformaciones más profundas de la historia no eran importantes, no así las transformaciones internas de cualquier ser humano. Porque esas se proyectan y nosotros realmente no somos espectadores pasivos de nuestra época, las hacemos. Eso es importante porque cuando vemos lo que vemos, debemos estar conscientes de que aquello es el producto de lo que somos. Cuando decimos que ha cambiado algo, debemos quizás decir: 'nosotros hemos cambiado'.
¿Decidió estudiar medicina desde el principio?
Bueno, mi papá tenía un alto sentido de lo que era la educación. Mi mamá fue aseadora y contadora de ropa en la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, que transformó a nuestro país. Ellos tomaron la decisión de hacer un sacrificio invaluable y ponerme en la mejor escuela que había en el país, el Colegio Javier. Para mí fue invaluable, porque fue una educación que ojalá todo el mundo la pudiera tener. Cuando terminé el colegio entré a la universidad y tenía afinidad por las ciencias biológicas y de ahí me moví a medicina. No sé cuál fue el impulso primordial para tomar esa decisión. Le confieso que en nuestro país la medicina ha sido una profesión cumbre.
¿Cómo saltó a especializarse en oncología?
Hice la especialidad en Estados Unidos, en el hospital Anderson. Era estudiante de medicina, todavía vivía en El Chorrillo. Pero se me daba bien la comunicación y me escogieron como presidente de la Sociedad de Estudiantes de Medicina en 1967 y 1968. Cuando ocurrió el golpe militar, la universidad tuvo una participación intensa y muchos de nosotros quedamos listados. Dos años después nos graduamos de médicos. Conseguí un internado en Las Tablas, por un año, y cuando regresé no conseguía trabajo. La razón era que estábamos en esas listas. Tenía 15 días de estar yendo a la Caja de Seguro Social. Un día, el director salió al lobby, y me dijo: 'quiero que me perdone, pero no sé qué hizo usted, no me lo diga, pero por favor no venga más'. Bajé de ese edificio con el mundo en mis hombros. En el lobby me encontré con un amigo de El Chorrillo. Estaba tan contento de verme porque hasta me confesó que había apostado una plata a que yo sí terminaba mi carrera, y la había ganado. Yo no sabía cómo decirle mi situación, y para sacarlo de la conversación le pregunté qué hacía él. Me comentó que era flebotomista en la Zona del Canal y que un gringo se había ido. Los jefes estaban buscando un reemplazo. Me fui caminando y me metí a la Zona del Canal, que en esa época era como un territorio dentro de otro. Llegué al Hospital Gorgas, al Departamento de Medicina Interna. Llegó un coronel del ejército norteamericano y me preguntó qué quería. Le mostré los papeles, entre ellos la aprobación del board que había hecho antes en la Universidad de Panamá. En ese momento las personas que estudiábamos en la Universidad de Panamá y éramos de estratos pobres, quedábamos fuera de la conversación. Yo, para no perder cara, porque sentía que mi siguiente paso no era Georgia o Boston, sino El Chorrillo, les decía que estaba pensando. Ya había hecho el examen. Me preguntaba para qué había hecho ese examen, era el papel que menos valor le había dado en ese momento porque necesitaba los 70 dólares. Cuando el gringo vio el papel, se sorprendió y me preguntó cuándo podía empezar. 'Te voy a hacer una sola pregunta', me dijo: '¿Tú has sido miembro del partido comunista?'. ¡No!, respondí. A las cinco de la tarde salí de esa reunión con un carnet de residente, arreglos para vivir en la Zona del Canal y me dieron el acceso al comisariato. Me fui a El Chorrillo con mi carro lleno de Mazola.
¿Qué pasó en casa cuando llevó esa noticia?
Fue un cambio importante en nuestra vida. Empezó una nueva etapa. Realmente durante los primeros dos años de mi residencia no venía a Panamá. La Zona del Canal era un país dentro de otro. Viví esa experiencia y eventualmente sucedió algo curioso: Tras el importante acuerdo político para dar refugio a Mohamed Reza Pahlevi (el sha de Irán) y que Panamá lo aceptara, había ciertas condiciones médicas que la embajada de Estados Unidos no podía atender. Cuando él llegó, no había quién le hiciera la revisión médica, hasta que alguien se acordó de mí, que yo trabajaba en el Gorgas recién llegado del M.D. Anderson y lo atendí. Al día siguiente me llevaron a conocer al general Omar Torrijos. Para mí representó mucho. Fue una experiencia única en mi vida, y de nuevo la cambió. Mi vida es una odisea, todos tenemos una.El muchacho de El Chorrillo ahora se codeaba con los generales…Siempre pienso como un chorrillero porque viví 25 años ahí. Yo pensaba, cuando me tocó atender al sha, 'el presidente Jimmy Carter me va a llamar'. Pero nunca me llamó, aunque eso seguía retumbando en mi cabeza.
¿Usted cree en Dios?
Mucho.
¿Cómo ha mantenido la fe en un mundo en el que todo debe ser comprobado?
Por la experiencia. Para mí, una persona que históricamente refleja lo que me ha pasado es San Pablo de Tarso. Porque más allá del contexto religioso, él era un ciudadano romano preparado, y lo que la historia recoge es que le fue encomendado a ir a Damasco, Siria, a buscar cristianos, y no precisamente para tratarlos bien. En el camino algo ocurre, se describe que quedó temporalmente ciego y mudo, pero escuchaba, y escuchó una voz que le dijo: '¿Por qué me persigues?, yo no te he hecho nada'. Y ahí vino una transformación de él. Entonces yo pienso que en mi vida he tenido momentos en que me ha pasado lo mismo. He experimentado la impotencia, la fragilidad de nuestra humanidad y, a pesar de todas esas cosas, en lo personal he tenido la mano de Dios que me ha guiado, y yo no puedo explicarlo más allá de eso.
¿En qué situaciones le ha ocurrido eso?
En mi enfermedad, por ejemplo. En otra forma menos dramática, en el mismo arco de mi vida. Por 25 años viví en un universo que eran cuatro calles: avenida B, avenida A, calle 18 y calle 21. Entonces, para mí encontrarme en los escenarios en que he tenido la oportunidad de estar, significa que hay algo que trasciende a los hechos.
¿Cómo se inició en la investigación de la vacuna contra el VIH?
Yo me entrené en inmunoterapia de cáncer. Trabajé con los pioneros de la inmunoterapia. Cuando volví a Houston, después de lo del sha, me dijeron que no había espacio en el departamento para que yo ingresara, pero que podía entrar en el Departamento de Epidemiología, con personas con enfermedades raras, y así empezó mi carrera en VIH.
¿Cómo conceptualizaba el virus en una época en la que nadie quería atender a estos pacientes?
No sabíamos que era un virus, pero yo sí sabía que los que padecían eran seres humanos. Sabía también que no había razón para rechazar el tratamiento a esos pacientes. En mi experiencia, al crecer en El Chorrillo, aprendí por educación existencial que todos somos iguales. Por lo tanto, no me fue difícil tratar a esos pacientes, al contrario de mis colegas. Había una discriminación franca hacia ellos. Ese fue el motor principal para dedicarme realmente, en lo que yo pudiera, a resolver el problema, por la magnitud del mismo y porque sentí una responsabilidad moral hacia los pacientes.
¿Cuántas horas al día dedica a la investigación?
Veinticuatro, porque la llevo en la cabeza y forma parte de mi universo. Hace un día me encontré con Mariano Rivera, y me dijo una frase que no se me olvida: 'Dios nos pone en lugares estratégicos para que brillemos'. La palabra 'estratégico' me retumbó. Y en ese momento, una persona que estaba presente sería muy importante para el descubrimiento de la vacuna. Pero tal vez, yo no habría visto la importancia de la misma si no me hubiera retumbado aquello de 'estratégico'.
Cuénteme, cuando a usted le detectaron cáncer, ¿cómo le cambió la vida siendo usted un oncólogo?Creo que yo tuve el infortunio de perder a mi yerno el año anterior a mi cáncer. Creo que mi cáncer fue producto del estrés negativo porque yo no era el médico de él, pero él era mi hijo. Estuve con él de cabo a rabo, y fue una experiencia muy dura, quedamos con dos nietos. Tres meses después de que él muere me levanté en la mañana con el cuello hinchado. Pasadas dos semanas no se me iba, y mi esposa, enfermera oncóloga, me dijo: 'tú sabes lo que hay que hacer'. Fui a ver a un médico amigo mío y cuando llegó a la puerta, vi que la sangre se le había ido de la cara. Y me dije: ya él sabe.
¿Usted pensó que sería su fin?
Creo que eso lo lleva a uno a reflexionar ¿qué pude haber hecho?, ¿qué quiero terminar? y llega el momento en que una ecuación matemática de muchos términos se simplifica. El hecho de que se haya simplificado no significa que el contenido de la ecuación sea simple, pero es la verdadera complejidad de las cosas. El cáncer simplifica la vida y nos la hace ver en su complejidad absoluta y ahí ve uno las cosas. Algo que me azoró cuando estaba enfermo es que pensé que me iba a morir lejos de Panamá. No sé por qué, la verdad, pero sentía una inquietud tremenda, sobre lo que importa dónde uno muera.
¿En algún momento pidió venir a Panamá?
No, no pude por el tratamiento. Fue casi un año y medio. Tuve esas reflexiones, y luego las escribí (hace una pausa para evitar las lágrimas): 'A veces siento que te toco, a veces creo que te veo, pero sé que no es cierto, estoy lejos. Mas un día, ese día escrito cuando se hizo la luz, sé que volveré de nuevo. Y ese día seré parte de tus mariposas, de tus peces y de tus árboles. De tus flores y caminos, del sonido de una maraca y de otras cosas, todas bellas, todas buenas. Y hasta que ese momento llegue te seguiré queriendo aunque sea de lejos'.
¿Usted piensa volver y establecerse en Panamá?
Establecerse es una palabra... bueno, en una forma de sublimación yo nunca he salido de Panamá. He vivido mentalmente en mi país, físicamente no es que no sea posible o que no se vaya a dar porque si algo me ha enseñado la vida es que nada es predecible. No es un secreto que yo estoy luchando por lograr una vacuna para el VIH, es un asunto que quiero completar.
¿Cree que pueda completar ese sueño?
Creo que en Estados Unidos no se va a dar porque hay una lucha ideológica muy importante entre dos campos, uno que está tratando de hacer una vacuna a través del método racional en el cual se identifica la proteína del agente infeccioso y espera que al dar esa proteína se produzca la respuesta inmunológica protectora hacia el agente infeccioso, es decir, una vacuna. Hay el método empírico, que es el que nos ha dado un número de vacunas, como la de la polio, en la cual uno inactiva al agente infeccioso sin saber cuál es la parte que produce la respuesta inmunológica. Por razones tecnológicas y de ideología científica, lo que predomina en Estados Unidos es el concepto de una vacuna diseñada racionalmente y eso ha fracasado por 30 años. Pienso que después de treinta años, si no se ha dado, hay que hacer el cambio de estrategia. Yo tuve la oportunidad de conocer al doctor Jonas Eduard Salk. De toda la gente que está tratando de hacer vacunas en el mundo, ninguno hizo una. El doctor Salk hizo dos. Ahí juega El Chorrillo con algo muy importante, porque ahí se veía la vida como era, real, sin artificios. Yo decía, ellos no han hecho una vacuna, él hizo dos, la influenza y el polio, si él dice que esta metodología puede funcionar, lo inteligente es buscar eso.
¿Qué ha pasado con lo suyo?
En concreto hay un método que hemos probado de inactivar el virus de una forma creativa y única y ahora tiene que aplicarse a los virus fundadores transmisores de la enfermedad, que una vez aislados son los que pueden dar origen a una respuesta inmunológica protectora, estamos a un paso.
Cuando se descubre una vacuna de esta naturaleza, ¿cuál puede ser su costo para que sea masiva?
Debe ser técnicamente algo simple. Pero es irresponsable hacer esa predicción ahora. Lo que hay que tener presente es el control de la propiedad intelectual. Sacar una patente para inactivar el VIH de una manera original me ha tomado esfuerzo, estrés, de todo.
¿La industria farmacéutica no está interesada en que exista una vacuna contra el VIH?
No solamente la mía, pasa con todas las vacunas. Siempre ha habido esa pugna.
¿Por qué en Estados Unidos no consigue el apoyo?
Ellos no creen que este método puede dar origen a una vacuna.
¿Quién sí coincide con su teoría?
Muchos investigadores europeos, en África del Sur.
DR. ADÁN RÍOS
El hombre que respira por la ciencia, la poesía y su bello Panamá
- Nombre: Adán Ríos
- Nacimiento: 27 de septiembre de 1945, Panamá.
- Ocupación: Médico oncólogo
- Resumen de su carrera: Obtuvo su título de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá y completó su residencia en el Hospital Gorgas del Ejército de los Estados Unidos en Panamá. Completó su beca en oncología médica en el MD Anderson Cancer Center de la Universidad de Texas, en Houston. Certificado por la junta en medicina interna, el Dr. Ríos es reconocido internacionalmente por su trabajo en tumores malignos asociados al VIH y el tratamiento de tumores con modificadores de la respuesta biológica. Es un oncólogo general con intereses especiales que incluyen neoplasias hematológicas (leucemia, linfoma y mieloma múltiple) y neoplasias relacionadas con la inmunodepresión. En la práctica en Houston desde 1981, el Dr. Rios trata a pacientes mayores de 18 años. Está comprometido con el bienestar de sus pacientes y se pone fácilmente a su disposición. Su filosofía de práctica es el servicio y colabora con una amplia base de expertos. El Dr. Ríos habla español con fluidez.. El Dr. Ríos es profesor asociado en la división de Oncología del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en la Escuela de Medicina de Houston (UTHealth). Ha desempeñado varios cargos en el MD Anderson Cancer Center, incluido el director de investigación clínica y asuntos académicos del Programa de SIDA en el Instituto de Trastornos Inmunológicos; El primer centro clínico en los Estados Unidos dedicado al manejo y tratamiento de pacientes con SIDA.
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