La politóloga e investigadora Johana Cilano observa cierta ola autoritaria en la región, que si bien no comparte todos los elementos ni llega a los extremos de Nicaragua, de Cuba, de Venezuela, tienen cierta pulsión a restringir la sociedad civil organizada y restringir los activismos de distinta índoles
La investigadora, politóloga y abogada, Johana Cilano, nos recibe en la capital azteca, desde donde analiza la democracia en la región y los últimos hechos de Nicaragua y Cuba. En el primer caso, Daniel Ortega, al frente de un cuarto mandato desafía a la Asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) cuando el viernes pasado se retiró de la organización, luego de que la OEA deslegitimó las recientes elecciones presidenciales. Por el otro lado, en Cuba, la frustrada marcha del 15N evidenció el aplastante poder del régimen de Díaz-Canel frente a la población opositora de la isla que desde hace 70 años no conoce más que el régimen comunista de la familia Castro que ha heredado el sistema. Para Cilano, el hecho de contar con este tipo de gobiernos autoritarios en la región representa un riesgo importante para la democracia que, en muchos países pende de la cuerda floja debido a la fragilidad de sus instituciones, la corrupción o la forma de los gobiernos al inhibir manifestaciones. Instaurar la democracia en países como Cuba y Nicaragua, como han sido las aspiraciones de una parte de la población, pareciera un callejón sin salida. Resulta más complicado aún por la influencia económica que ejercen otras potencias a las que les importa poco el sistema político de un país para concretar sus inversiones, como la extracción de minerales o petróleo.
¿Cómo analiza usted la situación de Nicaragua y Cuba. El primero celebró votaciones y en la isla las organizaciones civiles que están protestando contra el régimen?
Han sido unas semanas de máxima atención para quienes estudiamos los fenómenos relacionados con democracia en países de América Latina particularmente vinculados a estos dos hechos. Primero, particularmente al proceso electoral nicaragüense que estuvo marcado en sus inicios por la restricción a la participación de candidatos opositores, el encarcelamiento y exilio de las figuras de la oposición nicaragüense y que sirvió el escenario para un proceso en el que lo más significativo fue la convocatoria a la abstención de parte de la ciudadanía frente a la falta de alternativas políticas en la boleta y que representó una victoria, si así se puede llamar, de Daniel Ortega como candidato único.
Por otro lado, en Cuba se ha centrado la atención últimamente. Desde hace un año ha sido noticia a partir de los sucesos que cumplen un año, del acuartelamiento del movimiento San Isidro, la posterior huelga de hambre que derivó en el movimiento 27N, este grupo de artistas que el 27 de noviembre reivindicaron el derecho a producir arte de manera libre, sin discriminación política, y que han efectuado uno de los liderazgos más visibles de Cuba en el último año. Elemento que se reforzó con las protestas ocurridas el 11 de julio, una explosión popular, la principal de los últimos 60 o 70 años en la historia de Cuba significativa por la magnitud de las personas que salieron a la calle, por la extensión territorial que tuvieron estas protestas.
El hecho de que recurran el exilio y a la expulsión geográfica del territorio de los líderes más visibles también hace un componente importante a considerar en este tipo de régimen.
Hubo incidentes en 60 ciudades del país y derivaron en una convocatoria ciudadana de un grupo denominado Archipiélago, en una marcha cívica por la libertad de presos políticos anteriores y por los derivados de las protestas del 11 de julio, alrededor de 600 personas se mantienen presas o esperando procesos judiciales por participar en las protestas del 11 de julio. El movimiento convocó a una marcha utilizando las figuras legales establecidas en la constitución cubana. Notificaron a las autoridades su intención de realizar esta marcha hace unas semanas y toda la deriva que ha tenido esta marcha de parte del gobierno cubano con una respuesta de hostigamiento, de represión, de asesinato de reputación a los principales liderazgos, de encarcelamiento y restricción de algunos de ellos, el anuncio de ejercicios militares para la fecha original de la marcha (20 de noviembre) han sido temas de interés de nosotros los estudiantes de las ciencias políticas.
¿Qué puede causar este tipo de regímenes en la región Latinoamericana?
Yo creo que un peligro que ya estamos viendo es la tentación autoritaria. Evidentemente ya tenemos en la región cierta ola autoritaria que si bien no comparte todos los elementos ni llega a los extremos de Nicaragua, de Cuba, de Venezuela, tiene cierta pulsión a restringir la sociedad civil organizada, a restringir los activismos de distintas índoles (ambientales o políticos), a inhibir las garantías electorales o los mecanismos, y ahí hay un peligro importante porque pueden ser vistos de alguna manera como elementos simbólicos, o ejemplos para regímenes que quieran mantener controles absolutos sobre la política de determinados países. Ahí hay un peligro importante. Si a esto sumamos, en el caso cubano la mística que acompaña la revolución cubana, muy instalada en ciertos espacios sobre todo de la izquierda latinoamericana se vuelve doblemente peligroso para algunos países democráticos con las deficiencias de la democracia de la región.
¿Qué es lo que sucederá en este tipo de regímenes?, es sumamente difícil luchar contra este tipo de autoritarismos...
Las condiciones de inequidad en que estos regímenes obligan a llevar la lucha democrática, porque ya no estamos hablando de elecciones o competir en procesos más o menos ventajosos, sino que estamos hablando frente a un régimen que reprime cualquier posibilidad de ejercicio de la posición política. Eso lleva detrás un desgaste y un costo humano para quienes deciden asumir posiciones, que van desde el exilio hasta la presión política y, por lo tanto, para todos esos grupos que acompañan esas luchas también hay que dar visibilidad a ese drama humano que está corriendo.
A raíz de la votación en Nicaragua, la Organización de Estados Americanos (OEA) advirtió que tomaría medidas. Una de ellas podría ser la aplicación de la Carta Democrática, ¿qué implicaría esto?
Significa que la OEA como organismo creado con la intención de solventar las problemáticas en el marco interamericano, se convierte en un foro importante de discusión, sobre todo a partir de la implementación de la Carta Democrática y el refrendo de esta por las obligaciones que los estados miembros se comprometieron a asumir para sus ciudadanos. Por lo tanto, llevar temas al foro de discusión de la OEA significa una especie de evaluación de ese compromiso democrático que deben tener los miembros de la organización.
Claramente junto a la OEA hay muchos cuestionamientos en su formación, en el papel del gobierno norteamericano dentro de la Asamblea General y en el activismo que muchas veces se le achaca a los liderazgos de la OEA. Lo que genera también en el ámbito de la opinión pública el rol que ha jugado la OEA y el que ha jugado antes en otros procesos electorales cuestionados. Siempre que se habla de sanciones se trae a colación lo que pasó con Cuba en los sesenta y muchos días que esa expulsión de la isla radicalizó el proceso y evitó algunos canales de comunicación que tal vez hubieran podido influir en una deriva no autoritaria en el proceso cubano.
A China no le interesa para nada ser un activo promotor de la lucha democrática siempre y cuando puedan negociar los intereses económicos que les permitan acceso a los minerales y al petróleo. Esa es una segunda cuestión que debemos tener clara.
Se creía que la presión internacional contra el régimen de Daniel Ortega motivaría la liberación de los presos políticos para que participasen en la elección. ¿Después de las votaciones, qué se vislumbra en este sentido?
Yo creo que todos estos procesos son muy dolorosos y pueden ser muy traumáticos en los foros internacionales. El hecho de que haya determinadas resoluciones que ni siquiera se puedan llevar a discusión en el marco de la OEA genera cierto temor y frustración entre los activistas por la democracia en los regímenes más activos. Hay que rescatar el esfuerzo de la sociedad civil organizada y trasnacional en seguir presionando para que suceda y se liberen los presos políticos porque al fin y al cabo es una causa humanitaria.
En Nicaragua, ¿cuál cree usted que es la vía para instalar la democracia?
Es difícil, no hay una bolita de cristal como para saber cuáles son las fórmulas. Creo que pueblos como el nicaragüense, como el venezolano, no son pueblos genéticamente imposibilitados de luchar. Lo han demostrado en cada una de las luchas que han hecho, pero en condiciones cada vez más inequitativas.
Las condiciones se ven difíciles porque controlan la economía, los aparatos militares o fuerzas represivas. Hay cierta cohesión todavía de las élites con las fuerzas represivas que hacen muy empinada la lucha para los grupos colectivos y las figuras. El hecho de que recurran el exilio y a la expulsión geográfica del territorio de los líderes más visibles también hace un componente importante a considerar en este tipo de régimen.
Las grandes potencias tienen una lucha comercial y de posicionamiento en los países de Latinoamérica, China y Estados Unidos, ¿que rol juegan en estos regímenes?
Efectivamente. En este sentido hay tres cosas que quiero decir. Por un lado, sirve para trasladar la geopolítica a la discusión nacional. Muchas veces esta pugna de intereses internacionales les sirve a estos gobiernos para trazar sus cuestionamientos internos a la arena internacional. Es el caso de Cuba con el bloqueo de Estados Unidos y la discusión interna se lee en lo geopolítico, no podemos hablar de lo interno hasta que no hablemos de lo externo. Eso pasa en todos los regímenes de esta índole, que sirven como cortina.
Lo otro, que continuamente hay una serie de intereses en juego que normalmente no tienen a los derechos de la ciudadanía, a las expectativas democráticas de los movimientos y grupos ciudadanos en el centro de su interés. Grupos relacionados con la economía, con la inversión que incluso pueden prescindir de un gobierno democrático siempre y cuando puedan negociar con ellos el acceso a recursos naturales, por lo tanto, no necesitan la democracia para funcionar y es el caso de las inversiones chinas en la región.
A China no le interesa para nada ser un activo promotor de la lucha democrática siempre y cuando puedan negociar los intereses económicos que les permitan acceso a los minerales y al petróleo. Esa es una segunda cuestión que debemos tener clara. En tercer lugar, creo que hay un agotamiento de algunos de los modelos de integración tanto regional como a nivel internacional que tienen que ver con la capacidad de las cumbres internacionales en llegar a acuerdos. Pongo como ejemplo en materia de medio ambiente, hay cierto cansancio en la manera en que pueden ser actores los regímenes internacionales. Y creo que esto puede ser producto de ese cansancio, de la forma de operar, trabajar y en las dinámicas que tiene la diplomacia internacional de negociar para hacer las cosas. Es algo que resulta funcional y que permite que Cuba sea hoy miembro del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, por ejemplo.
Pareciera una gran hipocresía diplomática, sin una relación honesta que responda a los principios por los cuales fueron fundadas estas organizaciones...
Exactamente, eso es lo que pasa. Tienes, además, un agotamiento de la credibilidad de las instituciones. Lo vimos en septiembre con el informe de la alta comisionada de derechos humanos, Michelle Bachelet, que ni siquiera mencionó las protestas en Cuba. Habían sido las protestas más importantes en los últimos 70 años en la isla y tenían en ese momento una contabilización de alrededor de 800 mil personas procesadas y que no mereció en el informe de la alta comisionada una mención al respecto.
El 15 de noviembre hubo la intención de manifestarse frente al régimen, pero el gobierno cubano lo neutralizó, ¿cómo analiza usted está correlación de fuerzas y cuál cree usted que será el siguiente paso?
Lo que vimos el 15 de noviembre fue el desenlace de una campaña permanente de acoso, hostigamiento, asesinato de reputación, persecución sobre todos los liderazgos o figuras relacionadas con la oposición política tradicional y relacionadas con el movimiento Archipiélago.
Llevamos semanas de amenazas diarias, de anuncios de ejercicios militares en el país para evitar e inhibir que salieran los líderes de la marcha y que fueran acompañados por ciudadanos motivados a responder a la convocatoria. Lo que vimos el lunes fue justamente un escenario en el que a base de terror, miedo e intimidación fue sofocada cualquier posibilidad de salir de sus casas para algunos de los activistas.
Pero a la par vimos mucha gente anónima que salió a hacer suya la convocatoria. Que no hizo una marcha multitudinaria, pero se puso la ropa blanca símbolo de la marcha, que salió con una flor blanca y se retrató, lo subió a redes sociales y se negó a participar en estos mítines sociales de repudio que durante las últimas semanas han vuelto a llenar el escenario nacional que se trata de grupos organizados por el régimen para increpar y repudiar a los principales liderazgos de la oposición. Entonces los ponen frente a las casas de los opositores para que les griten, les ponen música estridente, gritan consignas. Pese a eso hubo gente que se negó a participar en estos actos. En ese sentido creo que fue una jornada agridulce.
Seguimos teniendo a buena parte de los periodistas independientes de Cuba detenidos o con vigilancia fuera de sus casas para evitar que reporten, que puedan fotografiar, seguimos teniendo a líderes principales del movimiento Archipiélago con vigilancia policial o con amenaza de cárcel o implementación de alguna sanción, pero tenemos cada vez más ciudadanos que hacen suyas las iniciativas que demuestran de alguna manera el descontento.
Hubo marchas en más de 120 ciudades del mundo de la comunidad cubana que se unieron para acompañar la iniciativa de Archipiélago. También vimos la capacidad, la fuerza y el ímpetu de un régimen que no está dispuesto a dejar, ni siquiera, a una sola persona marchar con una flor. En ese sentido, la imagen de Yunior García, líder del movimiento Archipiélago, desde la ventana de su casa enseñando una rosa blanca cuando le gritan, lo increpan y le ponen una bandera en la ventana de su casa para que nadie lo pueda ver. Es una muestra de hasta qué punto no puede permitir el gobierno cubano ningún ejercicio de libertad y de incidencia.
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