Quien delinque por primera vez lo hace basado en instintos momentáneos. La falta de un modelo a seguir, o la corrección, enquistan este tipo de conductas que a posteriori derivan en pandillas y organizaciones criminales
El general de la reserva activa de la Policía Nacional de Colombia, Carlos Mena, ha estudiado toda su vida la conducta criminal. Desde aquel principiante que delinque por impulso, hasta el delincuente de carrera y las organizaciones criminales que por lo general tienen un final trágico o la cárcel.
Las pandillas, dice, son un ejemplo patético y materializado de la carrera criminal, que normalmente está en barrios de difícil supervivencia. Es una conducta aprendida por los niños que conviven entre barreras invisibles entre una cuadra y otra, y crecen formando parte de un grupo cuya característica es la violencia. El más corpulento empieza a escoger al más vulnerable y le pide que robe el retrovisor de un carro, pero luego termina robándose el carro, y termina convertido en un matón.
Carlos Mena.
Para ello los insensibilizan. Les piden que maten a su mascota para eliminar el afecto como una barrera para matar a una persona en el futuro.
“Una persona, cuando comete un delito, no comienza con uno grave y atroz, sino con conductas que contravienen principios éticos y morales. Cuando no hay un modelo bueno a seguir, se va instalando esa carrera criminal y terminan siendo parte de organizaciones criminales y/o homicidas de alto calibre”, explica el general con 25 años de experiencia en investigación criminal y 37 años de servicio activo.
Ilustra con un ejemplo sencillo y común: cuando un niño trae de la escuela un lápiz que no le pertenece y en casa nadie lo corrige. Es una forma de iniciar una carrera criminal porque más adelante puede tratar de un cuaderno, luego un auto, después sumarse a pandillas u organizaciones criminales que luego exigen actos más violentos.
Desafortunadamente la economía criminal no desaparece, muta, pasa por una metamorfosis, se tecnifica y transforma a los delincuentes en sujetos cada vez más invisibles.
Mena.
El narco de hoy, refiere el general, es muy distinto al de 20 años atrás. Antes mostraban sus riquezas con joyas y mansiones, en estas fechas tratan de pasar inadvertidos, son profesionales, se entremezclan en un orden social de muy alto estrato, aunque estén delinquiendo.
Mena conversó con La Estrella de Panamá en su paso por Panamá. Vino acompañado del coronel retirado de la Policía de Colombia, Ricardo Prado, quien se desempeñó como coordinador nacional de infancia y adolescencia de la Policía Nacional de ese país. Me tocó “sacar de la guerra a 15 millones de niños y adolescentes”, recuerda cuando el narcotráfico y la guerrilla mantenían en vilo al país.
Ambos forman parte de la fundación internacional El Camino a la Felicidad, con presencia en más de 123 países, que recientemente dictó una capacitación a más de 200 miembros de la Policía Nacional en temas de prevención en consumo de droga y delincuencia.
METAMORFOSIS DEL NARCO
Cuando Mena habla sobre los carteles de la droga lo hace con poco aliento, suspira y dice: “es una guerra de nunca acabar”, asegura.
Se le nota cierto derrotismo cuando se le pregunta sobre alguna solución a corto plazo en el tema. Especialmente cuando describe la situación de México, un país azotado que le recuerda los tiempos que otrora vivió Colombia en la década de los 80s y 90s.
“Las políticas contra la droga a nivel internacional han fracasado”, asevera.
Él empezaba desde cero para desmantelar un cartel. Tenía que investigar el perfil de los integrantes e incautar sus finanzas. Asegura que de nada vale incautar un cargamento de droga cuando el siguiente lo pueden coronar.
En cambio, ir tras el dinero, eso sí les duele. Gracias a la extinción de dominio logran incautar propiedades que estaban a punto de legalizarse. Adquiridas con dinero de la droga pero listas para camuflarse en el sistema financiero. “Eso es un golpe duro para ellos”, describe.
El tiempo transformó a las organizaciones. “Pasarán, no sé cuantas generaciones, pero hay que acudir al cambio de cultura”, reflexiona el investigador. Con cierta frustración compara la cultura latina con la de los países nórdicos que registran tasas de delincuencia mínimas de 0.5 homicidios por cada 100 mil habitantes al año.
“Es la cultura que incide de manera directa en el comportamiento delincuencial de una sociedad”, describe el alto mando. En ocasiones el mismo entorno admite este tipo de pautas que se enquistan como un modelo de subsistencia.
POLÍTICAS PÚBLICAS
“Nunca será tarde para que una persona se levante a sí misma y pida el cambio”, opina el uniformado. Pero también hace falta una resocialización adecuada. En cualquier país el objeto principal de la pena es la resocialización, pero en América Latina, agrega, “el hacinamiento y las condiciones en la cárcel los convierten en sitios de supervivencia, por lo que se hacen especialistas en crimen para poder sobrevivir en la cárcel”.
El antídoto más efectivo es una educación basada en principios éticos y morales que la fundación compiló en un libro de bolsillo, una especie de biblia sobre 21 preceptos de esta naturaleza.
Cada vez que se comete una infracción penal sin una sanción social, familiar o penal, se cree que eso está bien. Lo que sigue a este paso es la tecnificación y aumento del nivel del delito. “La persona no es capaz de asumir en su psiquis que está haciendo daño”, indica Mena. Es la razón por la que el general se topó con varios que libraron el exámen del detector de mentiras a pesar de que habían cometido un delito.
Si el objetivo es robar, no les importa matar, lo hacen a costa de lo que sea. “Ahí es donde se degrada totalmente la persona para cometer delitos”, califica el general.
Es una constante detectar delincuentes que provienen de hogares disfuncionales en los que están expuestos a la violencia familiar y se les hace ‘normal’ que el padre le pegue a la madre, por ejemplo. Una conducta en espiral que se repite por generaciones.
Dicho lo anterior, la diferencia entre un criminal de cuello blanco y el resto no es mucha. Los separan las circunstancias, pero los unen la falta de parámetros éticos y morales, sin importar la posición social de uno y otro.
“Se pensaba que la mejor idea era combatir las armas con las armas, no es así. Hemos comprobado que la mejor forma es la prevención, es una inversión que toma tiempo, pero la que da los mejores resultados”, afirma el coronel retirado Prado.
En Colombia lograron, después de trabajar 15 años, reducir los índices de criminalidad en un 60%, así como los secuestros. Instalaron una política pública en la que intervienen gobierno y la empresa privada para atacar el problema.
Prado detalla que el método de la fundación consiste en multiplicar la figura de guía, capacitación, empleo y emprendimiento para cambiar la forma de vivir. La empresa privada ayuda a generar empleos, “pero es muy importante acompañarlo de políticas públicas”, zanja Prado.
No hay comentarios
Publicar un comentario