Panamá tiene una economía impulsada por el agua, sin embargo, su uso y administración parece descontrolada, sin planificación, lo que pone en riesgo la sostenibilidad del Canal, el gobierno no ha volteado la mirada para construir una política integral estatal del recurso
John Langman, vicepresidente del proyecto hídrico para el programa de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP).
La política de planificación sobre el uso, conservación y administración del agua se escurre entre las manos del gobierno. No existe un eje de acción, un liderazgo capaz de coordinar a todas las instituciones vinculadas con el recurso hídrico, a pesar de que, en el reciente ejercicio contestatario del Pacto del Bicentenario, la ciudadanía lo pidió a gritos. Fue la tercera propuesta más recurrente, con más de 26 mil (15%) proposiciones relacionadas a asuntos relativos a sistemas de agua potable, seguida de infraestructura (22%) y salud (17%).
La frase es reiterativa cuando se indaga a especialistas y funcionarios acerca de las políticas estatales que deberían primar para atender el problema: “Al agua no se le ha dado una prioridad nacional”, reconoce el director del Instituto Nacional de Acueductos y Alcantarillados (Idaan), Juan Antonio Ducruet; “No conozco de una agenda integral en el tema”, destaca Oscar Vallarino, coordinador de la mesa de Agua del Pacto Bicentenario; “El interés es opaco”, admite el secretario general del Consejo Nacional del Agua, Guillermo Torres; “Hay varios esfuerzos, pero no hay una coordinación”, señala John Langman, vicepresidente del proyecto hídrico para el programa de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP).
Juan Antonio Ducruet, director del IDAAN.
Los retos vinculados a la eficiencia en el uso de agua son cada vez más álgidos, dadas las consecuencias del Cambio Climático que condicionarán de forma creciente el bienestar de la población y el dinamismo de la economía.
Cada gobierno responde a su propio librito, las instituciones actúan como islas, según sus necesidades y presupuesto sin que esto se traduzca en políticas y directrices estatales, sin un norte concreto de hacia dónde va el país en materia de agua.
Daniel Muschett lo palpó de cerca hasta diciembre de 2021 cuando se retiró como vicepresidente de Administración de Recurso Hídrico en la ACP, y el tema sigue en su cabeza: “Si en 10 años no tenemos una solución de fuentes alternas de agua confiable vamos a tener un problema serio en el país y en el Canal”, señaló a La Estrella de Panamá.
Esto arriesga la sostenibilidad del Canal de Panamá, lo que ha llevado a sus directivos a plantear -casi que en forma urgente - la necesidad de buscar nuevas fuentes de agua y reservorios que den confiabilidad al negocio de pasar buques de un océano a otro indistintamente de la temporada o el año.
“En algún momento se tendrá que decidir la sostenibilidad del Canal, esto requiere de una decisión importante en el tema de agua”, sentenció Ricaurte ‘Catín’ Vásquez, administrador de la ACP 2019-2026, a ‘La Decana’.
Esto se reduce a que de continuar la demanda de agua potable sin que el gobierno coordine con el Canal, y el resto de las instituciones vinculadas al agua, una política integral en busca de nuevas fuentes y conservación de las cuencas, habrá que plantearse entre permitir el paso de los buques por el Canal o suministrar agua potable a la población. ¿Qué va a reemplazar al Canal? ningún gobierno se anima a responder. Mientras tanto se impone una realidad, la ACP ha indicado que en 2012 se alcanzó el consumo de agua estimado para 2025.
CULTURA DE AGUA Y CONSUMO
El 55% de la población panameña (Colón, Panamá, Panamá Oeste y La Chorrera) se abastece de agua potabilizada que proviene de los lagos que alimentan al Canal, lo que actúa como una presión “espantosa, especialmente ahora que tenemos un Canal expandido, más tráfico y la población se ha multiplicado”, como lo precisa Langman.
A esto, se suman otros factores que afectan el desarrollo de una gestión integrada del agua como: la falta de una cultura del agua; el uso de criterio técnico para el desarrollo de nuevas construcciones de potabilizadoras, acueductos, sistemas de alcantarillado y saneamiento; el aumento de fugas y daños en los sistemas de almacenamiento, producción, distribución e interconexión de agua potable, agravados por el desorden territorial en el que crece la población y la cuestionada conservación -por la contaminación - de las cuencas hídricas, 52 a nivel nacional, por mencionar algunos factores.
El IDAAN cobra 21 centavos por metro cúbico de agua en las residencias, mientras que en la tienda de la esquina se paga un dólar por una botella de 500 mililitros. Situación insostenible, que no incentiva el cuidado del agua y subir la tarifa es un problema.
Los gobiernos han descansado en la idea de que pueden seguir extrayendo agua de las fuentes acostumbradas. “El lago Alajuela ha permitido poder ampliar la planta potabilizadora en repetidas ocasiones y se construyen dos plantas nuevas sacando agua del Canal, para el Oeste de la capital. Se trabaja en la ampliación de la planta de Mendoza. Pero todas esas plantas adicionales al día uno estarán agotadas porque dependen de la misma fuente”, explica Muschett tratando de despertar el interés del gobierno.
En este contexto, el lago Gatún, por ejemplo, abastece las potabilizadoras de Mendoza, Laguna Alta, Monte Lirio, Miraflores, Sabanitas, Escobal, Cuipo y Gatún, así como las operaciones del Canal de Panamá. Cerca de 400 millones de galones diarios salen de las potabilizadoras sin contar lo que demandarán las nuevas plantas.
La constante es la deficiente cultura del consumo de agua, que se refleja como uno de los más altos del planeta. “Se cree que, porque se inundan las calles cuando llueve, se puede gastar el agua sin control”, se lamenta Muschett.
Según datos del Banco de Desarrollo Interamericano (BID), el consumo per cápita de agua es aproximadamente de 507 litros por día, más de 2.5 veces el promedio mundial, lo que coloca a Panamá como el cuarto país del mundo con mayor consumo humano per cápita y el número uno en América Latina, cuando debería ser la mitad.
El Idaan cobra 21 centavos por metro cúbico de agua en las residencias, mientras que en la tienda de la esquina se paga un dólar por una botella de 500 mililitros. Situación insostenible, que no incentiva el cuidado del agua y subir la tarifa es un problema. “Eso tiene el componente de que abusamos, y además no se generan los ingresos para que el Idaan pueda mantener un funcionamiento óptimo”, explica Langman.
Esta situación, la de garantizar fuentes de agua para el cruce de buques por el Canal tomando en cuenta el crecimiento poblacional y su consumo, ha obligado a la ACP a impulsar un plan hídrico que está en marcha, aún sin resultados concretos, por un valor de $1.900 millones, que identifique nuevas fuentes de agua y construir nuevos reservorios para suplir las necesidades de la población, de los esclusajes y que prolonguen el funcionamiento eficiente de la vía acuática.
De encontrarse alternativas fuera de la cuenca hidrográfica bajo el dominio de la ACP, dependerá de las decisiones que adopte el gobierno de turno para su implementación, que pueden involucrar la reubicación de infraestructuras o de poblaciones que se resisten al cambio.
Ese presupuesto se determinó en función de “cuánto representa el beneficio de agua para el Canal”, describe Langman. Una ecuación que pretende determinar cuánta agua hay y cuánta hace falta, pero para llegar a ese resultado hay que hacer innumerables cálculos matemáticos en los que intervienen datos de precipitación pluvial de hace 50 años, proyecciones a futuro, calado del buque, disponibilidad de agua, impacto del cambio climático... un trabajo para eminencias.
En este escenario interviene el fenómeno del Cambio Climático que, de acuerdo con Luz Graciela Calzadilla, directora de Hidrometeorología de Etesa, no se manifiesta en la cantidad de lluvia que cae, sino en las variaciones de la intensidad y espacialidad de las lluvias.
“El agua que tomaron los dinosaurios es la misma que estamos tomando ahora, es el ciclo del agua”, asegura.
Las pérdidas las calcula Juan Antonio Ducruet en un 40% y las desgrana así: Primero con el usuario que no es cliente del Idaan y por lo tanto le es imposible contabilizar esa agua; las pérdidas por fugas especialmente dentro de las casas condenadas (6 mil en Colón) a las que cobra un promedio porque “no estoy leyendo los medidores”, explica.
Estas variaciones son las que ponen en riesgo la confiabilidad del Canal en cuanto a la disponibilidad de agua para su negocio.
Si el Canal no tuviese que compartir el agua potable no tendría estos dolores de cabeza. Pero, el crecimiento demográfico de Panamá, Colón, Panamá Este y Oeste, además de las pérdidas en el Idaan, “van en detrimento del funcionamiento del Canal”, señala Calzadilla.
Las pérdidas las calcula Juan Antonio Ducruet en un 40% y las desgrana así: Primero con el usuario que no es cliente del Idaan y por lo tanto le es imposible contabilizar esa agua; las pérdidas por fugas especialmente dentro de las casas condenadas (6 mil en Colón) a las que cobra un promedio porque “no estoy leyendo los medidores”, explica. Luego habla del porcentaje de pérdida física que estima por estudios, no por medición, entre un 20% a 25%, que “comparado con otros acueductos de Latinoamérica, está dentro del rango”, asevera. Antes de irse del cargo pretende dejar un monitoreo en tiempo real de todos los acueductos para identificar y atender las fugas.
El 70% de los clientes del Idaan viven en la Cuenca del Canal. “En una década el número de clientes del sector Oeste se duplicó de 60 mil a 120 mil”, exclama tratando de dimensionar el problema. Y proyecta que la construcción de una nueva línea del Metro y la autopista de ocho carriles incrementarán el auge de barriadas colindantes y como consecuencia el consumo de agua. “Puedo estimar que en esa zona va a haber un millón y medio de personas en 10 años”, valora el director del Idaan. “El no haberle prestado atención al agua en los últimos 12 o 15 años es un tema que nos ha alcanzado y nos va a costar”, advierte Ducruet.
Sin embargo, hacer proyecciones sobre las políticas públicas se complica aún más por la ausencia de datos confiables. El censo de Población y Vivienda que debió realizarse en 2020 está pendiente, mientras que el de 2010 fue cuestionado por la forma en que se ejecutó. Sin datos claros es imposible hacer planes y tomar decisiones.
En palabras simples, Panamá depende de la precipitación pluvial y la forma de administrar el agua. Lo que actúa a favor es que los recursos hídricos por habitante son casi cinco veces más que el promedio mundial. El volumen de precipitación total se calcula en 233.8 mil millones de metros cúbicos al año, siendo el mayor valor registrado para Centroamérica, según cifras del BID.
Aún con la abundancia mencionada, la cobertura de agua potable no llega al 100%, existe una diferencia importante entre las áreas urbanas y rurales -y más aún con las comarcas indígenas- y los niveles de ingreso de la población.
Ducruet refleja la importancia que dan los gobiernos al agua en el presupuesto que asignan a la institución. El del año en curso suma $180 millones, y una parte igual para funcionamiento, cuando en realidad requiere $250 millones para funcionamiento y $450 millones para culminar los proyectos en puerta. A 15 años, calcula, “se requerirán al menos $3 mil millones” para completar la modernización de la entidad y subsanar las fugas.
A principios del siglo XX, con el inicio de las obras de construcción del Canal, las ciudades de Panamá y Colón tuvieron acceso a agua potable, gracias a las inversiones en plantas potabilizadoras de Aguas Claras en Colón (1911), Monte Esperanza (1914) y Miraflores (1915). Con el crecimiento de las ciudades y su expansión hacia el oeste y este de la provincia de Panamá, se fue incrementando el volumen de agua potabilizada, con mejoras y ampliaciones de las potabilizadoras, pasando de 9.46 millones de litros diarios en la planta de Aguas Claras hasta alcanzar 114 millones de litros diarios en Monte Esperanza (2005) y 189 millones de litros diarios en Miraflores (2015).
En las últimas cuatro décadas, la demanda creciente de agua para consumo humano en el área metropolitana llevó a la construcción de nuevas potabilizadoras como la Chilibre Uno (1974) con capacidad de 473.2 millones de litros diarios, Chilibre Dos (2008) de similar capacidad, y la de Mendoza (2009) con capacidad de 151 millones de litros diarios y varios otros sistemas de agua potable en los distritos de Panamá, La Chorrera, Chepo, como también en la cabecera de las provincias, a nivel nacional. Esa expansión no hubiera sido posible de no existir los reservorios multipropósitos de Gatún, Miraflores y Alajuela.
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