Es la voz de una pareja de sobrevivientes del kibutz Niri, atacado el 7 de octubre por Hamás. El matrimonio y su familia pasaron 12 angustiosas horas en el refugio hasta ser liberados por el ejército de Israel
El matrimonio Wasser.
“Yo estaba aterrorizado. Tenía la mano sobre la manija de la puerta del refugio con el temor de que en cualquier momento dispararan los terroristas a la manija para abrir la puerta y matarnos a todos”. Es el relato de Marcelo Wasser, sobreviviente del ataque terrorista perpetrado por Hamas el pasado 7 de octubre pasado en el kibutz Nirim, Israel, ubicado a casi dos kilómetros de la franja de Gaza.
Ese día pensó que iba a morir junto a su esposa Diana, sus dos hijos y su nieto, un bebé de meses.
Wasser se refiere al ataque terrorista de Hamás que sorprendió a Israel, que dejó un saldo de 1,400 personas asesinadas, entre ellas cinco de sus vecinos. Hamás además secuestró a 250 personas: bebes, mujeres, niños, jóvenes y soldados.
Él día que entrevistamos a la pareja ocurrió el primer intercambio de secuestrados de Hamás por prisioneros palestinos en Israel en el marco de una primera tregua a los bombardeos del ejército de Israel en el norte de Gaza, en respuesta al más sangriento ataque en su contra jamás antes vivido.
El conflicto entre ambos bandos ha dejado cifras inéditas en ambas poblaciones, palestinos (14 mil según Hamás) e israelíes (1,400 de acuerdo a cifras oficiales).
“¿Qué harías si violan a tu hijo, lo decapitan enfrente de ti, te violan y te muestran frente a tus hijos, luego matan a tus hijos, los mutilan”, cuestiona Diana ante la situación que ha derivado del ataque y el cuestionamiento de la opinión pública por las cifras de muertes del lado palestino. Con cierto tono de reclamo dice que “ahora se habla de los bombardeos de Israel en la franja de Gaza, pero hay que ver de dónde viene la reacción”, asevera. Enseguida se pregunta por qué las Naciones Unidas no han condenado con la misma severidad el ataque terrorista de Hamás contra la población israelí. “El mundo nos ve de otra manera, no importa lo que nos hagan”, dice convencido Marcelo.
“Hamas debe dejar de existir, pero hay que hacer una diferencia muy clara entre ellos y los palestinos. Con ellos hemos trabajado en Israel, tenían un sueldo y ese dinero entraba a Gaza. Todo esto se terminó”, se lamenta Marcelo.
“Los acuerdos se hacen con enemigos, no con amigos. En algún momento vamos a tener que vivir juntos en paz. No va a ser mañana, pero con el tiempo. Hemos llegado a acuerdos con otros países árabes, tal vez es una paz fría, pero vivimos en paz. Cualquier mala paz es mejor que cualquier buena guerra”, vaticina Marcelo.
Enseguida habla del potencial que podría tener Gaza: “tiene playas hermosas, si en vez de haber construido túneles hubieran hecho hoteles para los turistas, entraría dinero a su economía”.
El viernes 24 de noviembre, después de casi dos meses de permanecer en cautiverio a manos de Hamás, Wasser vio por televisión el proceso de liberación de los primeros 13 civiles israelíes secuestrados. Entre ellos estaba Hanna Peri, de 79 años, su vecina del kibutz que fue secuestrada junto a su hijo quien continúa en cautiverio. Mientras que otro hijo de Peri murió asesinado por los terroristas el día del atentado. Ella no supo de su muerte hasta su liberación, supone la pareja Wasser.
Del kibutz Niri, aún permanece secuestrada una pareja joven de recién casados. Él, Yagev Buchstab, de 34 años, es un músico lleno de vida, describe el matrimonio Wasser.
“De la lista de los 250 secuestrados conocemos a unos 40 porque son hijos de vecinos, nos topamos en actividades de la comunidad”, explica Wasser.
El matrimonio con más 40 años de casados, viaja con fondos propios a varios países como Costa Rica, Panamá y Argentina para contar de viva voz “las atrocidades perpetradas por Hamás”.
“En el kibutz Holit, una comunidad vecina, mataron a 14 tailandeses que estaban escondidos en un refugio, sabiendo que eran de esa nacionalidad. Se llevaron secuestrada a una familia beduina entera. Han matado a personas de otras nacionalidades en otros kibutzim”, exclama sin pausas Marcelo.
12 HORAS EN EL REFUGIO
Esa mañana de sábado, el día de descanso en Israel, sonó la ‘alarma roja’ a las 6:28 de la mañana. El sonido potente alertaba sobre un ataque de misiles. El particular tono es una señal de que deben protegerse de inmediato. Son ocho segundos para llegar al refugio, el tiempo que toma al domo de hierro interceptar el misil, o en dado caso, impactar sobre el kibutz.
Diana, maestra de un kinder y asistente dental.
La familia Wasser vivía en una de las 150 casas que conforman el kibutz, el término en hebreo, que se usa para definir a la comuna agrícola organizada en una lógica socialista inspirada en 1909 por los judíos de Europa que soñaban con trabajar la tierra.
Todos corrieron al refugio, que en caso de los Wasser, es un cuarto de cemento de tres metros cuadrados con una cama, un escritorio, Internet y un televisor, donde esperaban a que terminara el ataque. Pensaron que sería como los que están ‘acostumbrados’, que han sucedido por los últimos 20 años, aproximadamente una o dos veces al mes y después de unos minutos pasa.
Pero los misiles no paraban. Marcelo y su hijo entendieron de inmediato que no ésta vez todo era diferente. En esta ocasión pasaron 12 horas escondidos en el cuarto, esperando ser liberados por el ejército.
A los pocos minutos de haber entrado al refugio, Marcelo recibió un mensaje en el celular solicitando su presencia en la lechería. Como gerente de la lechería del Kibutz, la disyuntiva de trasladarse a unos 800 metros, dentro del kibutz, o quedarse en el refugio, era una decisión de vida o muerte. Con valor se arriesgó y se montó en un carrito de golf y manejó rumbo a la lechería. Cuando llegó todo era un desastre. Había varias vacas muertas, la cañería rota, la infraestructura dañada. Comprendió que no era el momento de arreglar nada y regresó a casa.
Cuando entró al refugio la familia le comunicó que había terroristas en el kibutz. En el chat comunal los mensajes no paraban: “Me están quemando mi casa, otro decía que se estaba ahogando por el humo que entraba”. Una vecina pedía ayuda porque le faltaba el aire a su bebe, se le veía azul y no sabía qué hacer. Desesperados, todos pedían la presencia del ejército.
Los terroristas descubrieron que cuando disparaban a la manija de la puerta del refugio herían las manos de quien impedía el paso. Un chico joven, dice Marcelo, de un poco más de veinte años murió desangrado. Esas eran las noticias que llegaban por el teléfono. La angustia de no saber del resto de sus familiares se sentía como un vacío profundo.
En total quemaron y destruyeron 65 de 150 casas que conforman el Kibutz Niri. Por fortuna, a la mayor parte de las familias, incluidos los Wasser, no les pasó nada.
La estrategia de los atacantes era esperar a que salieran las personas del refugio a propósito del humo que producía el incendio provocado por los terroristas y matarlos afuera. Pero todos habían recibido el mensaje de no abandonar los refugios. “Eso salvó a mucha gente”, manifiesta con cierto alivio Marcelo. A pesar de que en el kibutz vecino, donde vivían 400 personas, murió uno de cada cuatro, se lamenta Marcelo, el hombre experimentado en asesoría de lechería.
“Estábamos tratando de que no llorara el bebe, a los perros los sedamos para evitar que ladraran. Apagamos el aire acondicionado, no teníamos leche en polvo, mamaderas ni pañales. Estábamos aterrorizados. No sabíamos cuándo iban a entrar a la casa”, cuenta Diana, maestra de un kinder y asistente dental.
Los terroristas tiraron dos granadas a la casa de los Wasser, pero no pudieron entrar porque tenían una puerta de metal en la casa.
Nadie sabía con certeza lo que estaba pasando. La única información era que en el kibutz había terroristas.
La protección que había en el momento era el refugio, porque el grupo de defensa de la comunidad, compuesto por cuatro personas, en un inicio interceptó a cuatro terroristas, pero después tuvieron que replegarse, al ver que venían 50 más. “Era por oleadas”, rememora Diana. Más tarde se enterarían de que habían entrado al kibutz 60 terroristas, 40 saqueadores y otros 100 terroristas estaban rodeando el alambrado del kibutz.
A las cuatro de la tarde el ejército llegó al kibutz, peinó casa por casa para liberar a las familias y cerciorarse de que no hubiera más atacantes.
“Los terroristas sabían absolutamente todo: dónde estaba el director de seguridad de la comunidad; tenían ubicadas las armerías de cada kibutz y en algunos casos esperaron a que los encargados de defensa del kibutz se acercaran a buscar las armas para matarlos”, recordó Marcelo.
Los soldados liberaron a los Wasser pasadas las seis de la tarde, pero el trauma colectivo permanece. Varios psicólogos atienden a los sobrevivientes, ahora reubicados en un hotel al sur de Israel, donde permanecerán al menos un año, hasta restablecer la infraestructura del kibutz.
“Hay que saber que Hamas vino a matar, hicieron decapitaciones, violaciones, quemaron gente viva”, zanjó Marcelo.
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